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Una colección de Fábulas para niños de todas las edades. Lea y disfrute de estas fábulas para dormir que educarán y entretendrán a su hijo.

El pastorcillo que gritó lobo

El pastorcillo que gritó lobo

Érase una vez, en un valle verde y frondoso, un joven pastor llamado Sam. Sam se encargaba de cuidar un rebaño de ovejas blancas y esponjosas. Todos los días los llevaba a pastar a los dulces pastos de las colinas cercanas.

Una tarde soleada, mientras las ovejas mordisqueaban, a Sam se le ocurrió un travieso plan para acabar con el aburrimiento. Bajó corriendo al pueblo, gritando: «¡Lobo! ¡Un lobo! Un lobo ataca a mis ovejas». Los aldeanos, preocupados y ansiosos, corrieron colina arriba para ayudarle. Pero cuando llegaron allí, no encontraron ningún lobo, sólo a Sam riéndose de su propio truco.

Los aldeanos se enfadaron, pero decidieron perdonar a Sam, pensando que se trataba de una broma tonta. Unos días más tarde, Sam volvió a aburrirse y gastó la misma broma. «¡Lobo! Lobo!» gritó. Y de nuevo, los amables aldeanos se apresuraron a socorrerle, sólo para descubrir que, una vez más, se trataba de un truco.

Pero una noche, cuando el sol se ponía y las estrellas empezaban a titilar, un lobo de verdad se coló en el campo donde pastaban las ovejas de Sam. Sam, aterrorizado, corrió lo más rápido que pudo hacia el pueblo, gritando: «¡Lobo! ¡Socorro! Esta vez un lobo de verdad».

Pero esta vez, los aldeanos no le creyeron. Pensaron que era otro truco. «Nos está engañando otra vez», dijeron moviendo la cabeza. Así que nadie vino a ayudar. Sam se sintió triste y asustado al ver cómo el lobo ahuyentaba a sus ovejas.

A la mañana siguiente, Sam aprendió una lección muy importante. Pidió disculpas a los aldeanos por haber mentido y prometió no volver a hacerlo. Y los aldeanos aprendieron a ser más indulgentes y comprensivos.

Queridos hijos, decid siempre la verdad, porque si mentís, puede que la gente no os crea cuando realmente lo necesitéis. La confianza es como un tesoro precioso; una vez perdida, es difícil recuperarla. Así que, ¡seamos siempre honestos y veraces!

Moraleja: Di siempre la verdad, porque la confianza, una vez perdida, es difícil de recuperar.

Los tres cerditos

Los tres cerditos

Érase una vez tres cerditos deseosos de construir su propia casa. El primer cerdito, al que le gustaba más jugar que trabajar, construyó su casa de paja. Terminó rápidamente y bailó alegremente por su nuevo hogar.

El segundo cerdo, al que también le gustaba jugar pero era un poco más precavido, construyó su casa con palos. Fue más fuerte que la paja, pero aún así se completó con tiempo suficiente para divertirse.

El tercer cerdo, el más diligente del trío, decidió construir una casa de ladrillos. Trabajó duro, sabiendo que una casa robusta le protegería mejor.

Un día, el Lobo Feroz llegó a la casa de paja. Con voz ronca, gritó: «¡Cerdito, cerdito, déjame entrar!».

Pero el primer cerdito replicó: «¡Ni por los pelos de la barbilla, no te dejaré entrar!».

Así que el lobo resopló y sopló, ¡y echó la casa abajo! El primer cerdito corrió tan rápido como pudo hasta la casa de palos de su hermano.

Pronto, el lobo llegó a la casa de palos y repitió: «¡Cerdito, cerdito, déjame entrar!».

El segundo cerdo replicó: «Ni por los pelos de la barbilla, ¡no te dejaré entrar!».

Pero el lobo resopló y echó la casa abajo. Los dos cerditos corrieron a la casa de ladrillo de su hermano, justo a tiempo para escapar del lobo.

En la casa de ladrillo, el lobo volvió a exigir la entrada. «¡Cerdito, cerdito, déjame entrar!»

Los tres cerdos respondieron: «¡Ni por los pelos de nuestra barbilla, no os dejaremos entrar!».

El lobo resopló con todas sus fuerzas, pero la casa de ladrillo se mantuvo firme. Agotado e incapaz de derribar la casa, el lobo finalmente se rindió y dejó a los cerdos en paz.

Moraleja: El trabajo duro y la paciencia dan los mejores resultados.

La unión hace la fuerza

La unión hace la fuerza

Érase una vez, en un pueblo, un anciano y sus cuatro hijos que siempre se peleaban. El anciano, preocupado, intentó decirles que pararan, pero no le hicieron caso.

Un día, el anciano reunió a sus hijos y les dio un haz de palos. Les retó a romper el fardo, lo que parecía fácil. El hijo mayor lo intentó primero, pero los palos no se rompían por más que lo intentaba. Los otros hijos también fracasaron.

Con una sonrisa, el anciano les dijo que desataran el fardo y entregó a cada hijo un solo palo. Rompieron fácilmente los palos uno a uno.

El anciano miró a sus hijos y dijo: «Un solo palo puede romperse fácilmente, pero cuando los palos se juntan, se vuelven irrompibles».

Sus palabras calaron hondo y los hijos comprendieron la lección. Dejaron de pelearse y empezaron a trabajar juntos como un equipo, teniendo éxito en todas las tareas que se les encomendaban.

Moraleja: La unión hace la fuerza – ¡Cuando trabajamos juntos, somos más fuertes!

El huevo de oro

El huevo de oro

Érase una vez, en un pueblo, un granjero y su familia. Tenían una gallina especial que ponía un huevo de oro cada día. Sin embargo, el granjero no se conformaba con un huevo al día. Quería ser rico al instante.

Un día, al granjero se le ocurrió un plan. Pensó que si conseguía todos los huevos de oro a la vez, se haría muy rico. Pero para ello, decidió matar a la gallina.

Al día siguiente, cuando la gallina puso su huevo de oro, el granjero cogió un cuchillo y tristemente mató a la gallina. Esperaba encontrar todos los huevos de oro dentro. Pero cuando abrió la gallina, no había más que sangre. No había ningún huevo. El granjero se sintió muy triste porque ahora había perdido la gallina y no conseguiría más huevos.

Antes, el granjero tenía una buena vida con un huevo de oro cada día, pero por culpa de su avaricia, se había empobrecido. Cada día era más pobre, hasta que se quedó sin nada. Se dio cuenta de lo tonto que había sido y se arrepintió de sus actos.

Moraleja: No seas avaricioso, aprecia lo que tienes.

El mono y el cocodrilo

El mono y el cocodrilo

Érase una vez un mono muy listo que vivía en un árbol con sabrosas manzanas rojas. Un día, llegó un cocodrilo hambriento y le pidió comida al mono.

El amable mono compartió sus manzanas y se hicieron amigos. El cocodrilo empezó a visitarlo todos los días y se hizo amigo del mono.

El cocodrilo mencionó a su mujer y cómo le gustaban las manzanas. El mono le dio manzanas de más para que se las llevara a casa. Su amistad se hizo más profunda.

Sin embargo, la mujer del cocodrilo se puso celosa y quiso poner fin a su amistad. Engañó al cocodrilo para que llevara al mono a su casa, planeando comérselo.

Fingió estar enferma y afirmó que sólo el corazón de un mono podría curarla. El cocodrilo se sentía dividido entre su amigo y la vida de su esposa. Invitó al mono a cruzar el río, pero tenía un plan oculto para matarlo.

Mientras cruzaban el río, el cocodrilo reveló su plan. El mono listo le dijo que su corazón se había quedado en el manzano y que tenían que volver.

El cocodrilo, ansioso por salvar a su esposa, nadó de vuelta. El mono trepó rápidamente al árbol, burlando al cocodrilo.

Le dijo al cocodrilo que se fuera a casa y le dijera a su malvada esposa que era el cocodrilo más tonto de todo el mundo.

Moraleja: Ten cuidado en quién confías, ya que algunas personas pueden fingir ser amigos pero tener intenciones egoístas.

El oso y los dos amigos

El oso y los dos amigos

Una vez, dos amigos se adentraron en un extraño bosque. Sabían que podía ser peligroso, así que prometieron permanecer juntos pasara lo que pasara.

De repente, vieron que se les acercaba un gran oso. Un amigo se subió rápidamente a un árbol, pero el otro no sabía trepar. Entonces, el astuto amigo se tumbó en el suelo, fingiendo ser una estatua.

El oso se acercó y olfateó al todavía amigo. Miró y escuchó atentamente. Al cabo de un rato, el oso decidió marcharse. ¿Sabes por qué? Los osos no dañan cosas que creen que ya están muertas.

Cuando estuvo a salvo, el amigo que se había subido al árbol bajó y preguntó: «¿Qué te ha dicho el oso?». Sonriendo, el otro amigo contestó: «El oso me dijo que tuviera cuidado con los falsos amigos».

Moraleja: Un verdadero amigo es alguien que siempre está a tu lado y te apoya, pase lo que pase.

La hormiga y la paloma

La hormiga y la paloma

Érase una vez, en un bosque, una hormiguita que buscaba agua. Vagó y vagó hasta que encontró un manantial. Pero, ¡oh, no! La hormiga resbaló y empezó a ahogarse.

Por suerte, una amable paloma volaba cerca y vio a la hormiga en apuros. La paloma cogió rápidamente una ramita y la arrojó al agua. La hormiga se agarró a la ramita y la paloma la puso a salvo en el suelo.

Pero había más peligro. Un cazador quería atrapar la paloma con una red. La astuta hormiga se dio cuenta de lo que ocurría. Mordió valientemente el pie del cazador, haciéndole soltar la red de dolor. La paloma se fue volando, sana y salva.

Moraleja: Una buena acción lleva a otra.

El conejo y la tortuga

El conejo y la tortuga

Érase una vez un conejo conocido por su velocidad. Le encantaba presumir de lo rápido que podía correr y a menudo se burlaba de otros animales por ser lentos. Un día, se encontró con una tortuga que estaba ocupándose de sus asuntos.

Burlándose de la tortuga, el conejo dijo: «¡Qué lento eres! Apuesto a que te ganaría en una carrera sin siquiera intentarlo».

La tortuga, sabia y serena, respondió: «Puede que sea lenta, pero estoy decidida. Si te apetece una carrera, vamos a intentarlo».

Entusiasmado por demostrar su velocidad, el conejo aceptó y comenzó la carrera. El conejo avanzó a toda velocidad, dejando a la tortuga muy atrás. Confiado en su victoria, el conejo decidió echarse una siesta a la sombra de un árbol, ya que llevaba mucha ventaja.

Mientras tanto, la tortuga seguía avanzando con paso firme, sin perder nunca de vista la línea de meta. Poco a poco, fue progresando. Cuando el conejo despertó, se sorprendió al ver que la tortuga se acercaba a la meta.

Con una explosión de energía, el conejo esprintó hacia la meta, pero ya era demasiado tarde. La tortuga ya lo había cruzado.

El conejo se sorprendió y se dio cuenta de que su exceso de confianza le había costado la carrera. Admitió su error y aprendió una importante lección sobre paciencia, determinación y no subestimar a los demás.

Moraleja: Despacio y con constancia se gana la carrera. No siempre se trata de ser el más rápido, sino de mantener la concentración, la determinación y no subestimar nunca las capacidades de los demás.

El cuervo sediento

El cuervo sediento

En un día caluroso, un cuervo sediento volaba por los campos en busca de agua. Pero no había ninguna. El cuervo empezó a sentirse débil y perdió la esperanza.

Justo entonces, se fijó en una jarra de agua que había bajo un árbol. Emocionado, el cuervo bajó volando para ver si había agua dentro. Y sí, ¡podría ver algo de agua!

El cuervo intentó meter la cabeza en la jarra, pero el cuello de ésta era demasiado estrecho. Luego intentó empujar la jarra para que saliera el agua, pero la jarra pesaba demasiado.

El cuervo se lo pensó un momento. Entonces miró a su alrededor y vio unos guijarros cerca. De repente, ¡se le ocurrió una idea ingeniosa!

Empezó a recoger los guijarros uno a uno y a dejarlos caer en la jarra. A medida que caían más y más guijarros en la jarra, el nivel del agua empezó a subir. Pronto fue lo suficientemente alto como para que el cuervo pudiera beber. ¡El plan del cuervo había funcionado!

Moraleja: Si piensas y trabajas duro, puedes encontrar una solución a cualquier problema.

El zorro y las uvas

El zorro y las uvas

Érase una vez un zorro muy listo que paseaba por el bosque cuando vio un racimo de uvas colgando de una rama alta. Al zorro se le hizo la boca agua al verlo.

«¡Quiero esas uvas!», exclamó el zorro.

El zorro retrocedió unos pasos e intentó saltar para alcanzar las uvas, pero falló. Lo intentó una y otra vez, pero no pudo alcanzarlos. El zorro empezó a sentirse un poco frustrado.

«Probablemente estén agrias de todos modos», refunfuñó el zorro, y se marchó encogiéndose de hombros, dejando atrás las uvas.

Como esa noche no comió nada, durmió con el estómago vacío.

Moraleja: Ponemos excusas cuando algo es demasiado difícil de conseguir. En lugar de esforzarnos por conseguirlo, nos decimos a nosotros mismos que probablemente no sea tan bueno.